6. La insostenible “sacralitat” de la Llei (queden 19 dies per les eleccions i 2 per la Diada)

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Em sorprèn la contundent defensa que es fa de la legalitat, aquesta mena de sacralització, com la que fan les esglésies atribuint-se la gràcia de Déu, per imposar-la. És cert que una llei aprovada democràticament té un valor molt alt, del qual n’està mancada la llei imposada per un govern dictatorial. Les monarquies, per exemple, han fruit de l’àurea que els donava la idea de ser sostingudes per la divinitat. En la memòria tenim viu el record de les monedes amb l’efígie de Franco, on es llegia “caudillo de España por la gracia de Dios”.

Però fins i tot en una democràcia s’ha de tenir present la provisionalitat de les lleis. Les lleis neixen en unes circumstàncies concretes i coses que en un moment semblen justes, amb el canvi dels costums i de la mentalitat de la gent perden valor. Bastaria pensar en les condemnes temps enrere de l’homosexualitat, o dels matrimonis laics, o les que penaven l’avortament. I al parlar de la Constitució espanyola, tenir present que no tots els espanyols la van aprovar, i que avui els del no potser serien majoria. El que és jo, confesso que vaig votar en contra de la Constitució.

I anant a fons, ara que estem en vigílies de celebrar la Diada de l’11 de Setembre, pregunto: és que l’abolició per la força de les armes i la imposició de la Constitució espanyola (Decret de Nova Planta) tenia cap legalitat per als catalans? Ara es pot al·legar que la Constitució vigent no és una imposició feta amb la força de les armes, i que la van aprovar la majoria dels ciutadans espanyols, inclosos molts catalans. És veritat. Però ¿amb quins estira i arronses, sota quina pressió del poder “més poderós” dels partits espanyols? La Constitució espanyola, per democràtica que sigui, porta encastats els eterns prejudicis dels espanyols, com la idea de ser una nació única, o de ser “la seva” la llengua oficial de “tots els espanyols”, o que Catalunya és només una província.

Tot plegat l’oposició a una legalitat que nega el dret de les persones a ser el que volen ser, no ha deixat de créixer. I no puc evitar dir que m’estranya que en un país de forta tradició cristiana, on se’ns record contínuament que l’home no és fet per a l’observança del dissabte (la llei) sinó que la llei ha d’estar al servei de l’home, ara, quan és tot el poble que reclama els seus drets, se’ns tiri  a la cara la Constitució, com si fos la Llei de Déu.

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T E S T I M O N I

A los españoles

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Carta publicada a El País 6 SEP 2015 

ARTUR MAS / RAÜL ROMEVA / CARME FORCADELL / MURIEL CASALS / ORIOL JUNQUERAS / LLUÍS LLACH / GERMÁ BEL / JOSEP MARIA FORNÉ 

Para dar lecciones de democracia a los catalanes hay que tener mucha audacia. Pero para despacharse evocando lo peor que ha sacudido Europa, equiparando soberanismo a nazismo, para arremeter así contra la expresión más ilusionante, firme, masiva, cívica y democrática que se está viendo en esta misma Europa hay que ser muy poco responsable; tamaña provocación indica hasta qué punto hemos llegado. Eso es lo más triste del libelo incendiario que firma todo un expresidente del Gobierno español como Felipe González.

Valdría para la ocasión aquello de “a palabras necias, oídos sordos”, qué duda cabe si no fuera que no se trata de un mandatario de un partido de rancio abolengo democrático. Ocurre, sin embargo, que quién suscribe el texto es un ilustre que en su día fue presidente del partido que representa la alternancia en España al Partido Popular. Ahí radica lo más preocupante de la situación: los principales partidos españoles comparten discurso y estrategia para con Catalunya. La misma receta, la de siempre, sin tapujos.

Catalunya ha amado España y la sigue amando. Catalunya ha amado la solidaridad y la fraternidad con España y con Europa. Y en el caso de España lo ha hecho a pesar de la ausencia de reciprocidad, procurando, siempre, fomentar una economía racional y productiva, unas infraestructuras al servicio de las necesidades económicas, al servicio de la gente, de la prosperidad, impulsando tenazmente una mejora de las condiciones de vida fomentada en una sociedad más libre y más justa.

El 27 de setiembre va de decidir si queremos forjar una Catalunya que rija su destino

Catalunya ha amado la libertad por encima de todo, con pasión; tanto la ha amado que en varias fases de nuestra historia hemos pagado un precio muy alto en su defensa. Catalunya ha resistido tenazmente dictaduras de todo tipo, dictaduras que no sólo han intentado sepultar la cultura, la lengua o el conjunto de las instituciones del país. Catalunya se ha alzado siempre contra las injusticias de todo tipo, contra la sinrazón. Catalunya ha amado a pesar de no ser amada, ha ayudado a pesar de no ser ayudada, ha dado mucho y ha recibido poco o nada, si acaso las migajas cuando no el menosprecio de gobernantes y gobiernos. Y pese a ese cúmulo de circunstancias, el catalanismo -como expresión mayoritaria contemporánea- ha respondido, una y otra vez, extendiendo la mano y encauzando todo tipo de despropósitos por parte de gobiernos y gobernantes. Catalunya ha persistido en ofrecer colaboración y diálogo frente a la imposición y ha eludido, pese al hartazgo, responder a los agravios acentuando el desencuentro.

Catalunya hace siglos que busca un encaje con el resto de España. Casi se puede decir que esta búsqueda forma parte de nuestra naturaleza política. Pero cuando un tribunal puso una sentencia por delante de las urnas. Cuando durante cuatro años se ofendió la dignidad de nuestras instituciones. Cuando se cerraron todas las puertas, una tras otra, con la misma y tozuda negativa, la mayoría de catalanes creyó que hacía falta encontrar una solución.

No hay mal que cien años dure ni enfermo que lo resista. Así no se podía seguir, por el bien de todos. Por eso ha eclosionado en Catalunya un anhelo de esperanza, que ha recorrido el país de norte a sur, de este a oeste, una brisa de aire fresco que ha planteado el reto democrático de construir un nuevo país, de todos y para todos, si es que ese es el deseo mayoritario que expresa libremente la ciudadanía catalana. De hecho, ese es el test democrático que comparte con naturalidad la inmensa mayoría de la sociedad catalana, dilucidar el futuro de Catalunya votando, en las urnas, y asumiendo el mandato ciudadano sea cuál sea este. Y si así lo manifiestan los ciudadanos, crear un nuevo estado que establezca unas relaciones de igualdad para con nuestros vecinos, especialmente con España.

Afortunadamente Catalunya es una sociedad fuerte, plural y cohesionada. Y lo va a seguir siendo pese a los malos augurios expresados con saña en otras latitudes. Cataluña es, a su vez, un modelo ejemplar de convivencia, tanto como ha demostrado ser, sin lugar a dudas a lo largo de su historia, una sociedad integradora, dinámica, creativa, que ha contribuido como nadie al progreso de España.

El problema no es España, es el Estado español que nos trata como súbditos

Catalunya es y va a seguir siendo una sociedad democrática, que respeta la voluntad de sus ciudadanos. La tradición democrática viene de lejos, incluso en épocas pretéritas fue también así, como narraba emocionado, con lágrimas en los ojos, un anciano Pau Casals ante Naciones Unidas, recordando el arraigo de nuestra tradición parlamentaria. O subrayando, en un emotivo y célebre discurso, las asambleas de Pau i Treva, que establecían períodos de paz frente a la violencia que sacudía la sociedad feudal.

Insistimos, la base del acuerdo es una relación entre iguales, el respeto mutuo. Y ahí nos van a encontrar siempre, con la mano tendida, ajenos a todo reproche, dispuestos a colaborar y a estrechar todo tipo de lazos. Pero que nadie se lleve a engaño. No hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes. Ellos van a decidir sin ningún género de dudas. Y tan democrático es volver a las andadas como recorrer un nuevo camino. Ante eso sólo cabe emplazar a todos los demócratas a ser consecuentes y asumir el mandato popular. De eso va el 27 de setiembre, de decidir si queremos forjar una Catalunya que se asemeje a Holanda o Suecia, que rija su destino con plena capacidad, o seguir por los mismos derroteros.

Se trata de decidir nuestra relación con el conjunto de España. Porque con España no solo nos une la historia y la vecindad sino también y especialmente el afecto y vínculos familiares e íntimos. En este nuevo país que queremos se podrá vivir como español sin ningún problema, mientras que ahora es casi imposible ser catalán en el Estado español. El problema no es España, es el estado español que nos trata como súbditos. Somos pueblos hermanos pero es imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando pedimos democracia y que se respete nuestra dignidad.

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